sábado, 2 de marzo de 2013


Amor de ángel caído

por Eber Ureña (enero 11, 2013)

Recuerda que provenimos de un mismo origen, del mismo núcleo, de un mismo epicentro, de la misma pureza, de la esencia de la pasión, del néctar del amor y del soplo de vida.
Que nacimos juntos y por la Divinidad misma fuimos esparcidos, al azar, en esta travesura llamada Vida, cuyo reto es reencontrarnos, casi olfateándonos, rebotando magnéticamente, retornando como medias naranjas al árbol, como medias gotas al mar, como cenizas al fuego y como polvo a la tierra.

Por el efecto casi inicuo de lo terrenal se nos nubla la memoria y cada tropiezo con alguien se nos hace la pareja correcta, o caso contrario a la correcta la despreciamos, más por el afán de no quedar solitarios, más por el temor de no encontrar el camino de vuelta, pasaje que precisa grata compañía por la travesía tosca y agreste, o sucumbir ante la ambición de pecar quedándonos solo por el apetito de poseerla.

Y es que en el desierto de la soledad es fácil despistarse, más puede la penumbra de la tentación tangible que la luminosidad que brinda solo la búsqueda del amor verdadero.

Y así nos reencontremos o no en esta Vida, igualmente estaremos juntos al final, porque está prometido que regresaremos al mismo origen, donde la paz retoza eterna, el amor es sujeto y predicado, donde la pasión es causa y efecto.

Ya que dentro de la luz verdadera todos somos uno y en uno solo nos volvemos, en el universo eterno y fértil de la Divinidad entonces sería un pecado no tenerte.

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